Aires de paciencia
«Aquí viene, aguanta la respiración. No le mires». Se acercaba un cuervo a lo lejos volando cándido por el cielo nublado, azul, gris y amoratado. Bajó velozmente por un amplio camino que nos separaba de los árboles y se postró ante nosotros, inocentemente, mirando como nos cogíamos a la valla metálica. «Aguanta aguanta aguanta, pronto se irá». No podía más, cada vez se quedaba más tiempo y me estaba ahogando. Tomé involuntariamente una bocanada de aire. El cuervo, agitado, me miró con los ojos encarnados de un rojo brillante escarlata. Estaba rabioso y empezó a arañarme la cara, las mejillas y las manos mientras graznaba estrepitosamente. Se levantó un fuerte viento cerniéndose sobre nosotros una nube negra huracanada, dispuesta a lanzarnos y clavarnos contra las astillas. No podía soltarme, el sudor y la sangre no podían causar mi desfallecimiento, pero a cada respiración forzada que tomaba para poder agarrarme el vendaval era más fuerte. Me miró. «¿Una nube puede mirar?». Me de...