Aires de paciencia
«Aquí viene, aguanta la respiración. No le mires».
Se acercaba un cuervo a lo lejos volando cándido por el cielo nublado, azul, gris y amoratado.
Bajó velozmente por un amplio camino que nos separaba de los árboles y se postró ante nosotros, inocentemente, mirando como nos cogíamos a la valla metálica.
«Aguanta aguanta aguanta, pronto se irá».
No podía más, cada vez se quedaba más tiempo y me estaba ahogando. Tomé involuntariamente una bocanada de aire. El cuervo, agitado, me miró con los ojos encarnados de un rojo brillante escarlata. Estaba rabioso y empezó a arañarme la cara, las mejillas y las manos mientras graznaba estrepitosamente. Se levantó un fuerte viento cerniéndose sobre nosotros una nube negra huracanada, dispuesta a lanzarnos y clavarnos contra las astillas. No podía soltarme, el sudor y la sangre no podían causar mi desfallecimiento, pero a cada respiración forzada que tomaba para poder agarrarme el vendaval era más fuerte. Me miró.
«¿Una nube puede mirar?».
Me desprendí de la verja con toda la ropa rasgada y con el cuervo clavándome las garras en los pies.
Desperté.
«Uff.. Ha sido un sueño..».
Se hizo una pausa en mi mente. Todo estaba en silencio, y la certidumbre de que estaba sola me llenaba de sosiego. Sonreí y traté de volver al descanso de mi desalumbrada habitación.
...
No ha sido un sueño.
Dijo una voz hostil y gutural.
Abrí los ojos y vi una cara huesuda frente a la mía, con los pómulos marcados y unos ojos afilados negros y sin pupilas. Me miraba fijamente con una sonrisa de seis dientes largos hasta la barbilla, con un aspecto decrépito y putrefacto henchido de maldad. Me agarró fuertemente con sus largos y delgados brazos clavando sus dedos engarfiados en mis hombros, empujándome hacia su inexistente cuerpo, fagocitándome directamente por su estómago. Después, se engulló a sí mismo retorciéndose en espiral mientras reía despiadadamente, desapareciendo de igual manera a como me tragó.
«No veo nada. Todo está cubierto por una oscuridad imperturbable. No entiendo nada. ¿Qué es esto? ¿Cómo había conocido mis pensamientos? Seguro que se trata de una mala pesadilla, he de mantener la calma».
Hasta que al caer dentro de toda esta densa niebla que me envolvía, empecé a sentir un fango viscoso que se me pegaba a la piel. Estaba en un tórrido lugar lleno de descomposición, gusanos y un olor nauseabundo a muerte. El ser que me engulló, me observaba desde lo alto de una pila de cadáveres, estacas, clavos y cucarachas, con la misma sonrisa sádica y amarillenta acompañado esta vez de un cuervo y otras criaturas deformes negras con aspecto volátil y caras arrugadas.
Estaba completamente desnuda, mis manos y pies eran como cucharas, mis dedos se habían unido formando una masa de carne homogénea y fusiforme. Mi boca estaba sellada, no podía gritar. Sabía que tenía boca, pero era como tener una máscara de piel uniforme que no distinguía entre labios y mejillas, todo era liso debajo mi nariz. Lloraba y gritaba en un angustioso silencio, mis cuerdas vocales no funcionaban. No podía moverme, por mucho que corría no avanzaba. Estaba repleta de suciedad y heces.
«No puedo quedarme aquí».
Observé mi alrededor y vi un clavo que tenía cerca, lo limpié con el pelo, y sin pensármelo dos veces me lo clavé en la boca. Me retorcía de dolor, pero seguí clavándomelo entre lágrimas hasta conseguir separar la gruesa piel que unía mis indistinguibles labios. Ahora, aunque parecía una cara mordida llena de sangre y llagas y con los labios haciendo la forma de unas cortinas rasgadas por un gato, podía usar los dientes. Lo que parecía el cielo se empezó a tornar amarillento con tonos anaranjados, se oían gritos y los podía escuchar. Me estaban llamando, pero no podía escapar. Quería gritar, pero incluso el solo poder mover la boca las moscas se metían en mi orificio facial que se infectaba por momentos. Estaba desesperada.
El cuervo se me acercó, y del fango brotaron unas huesudas manos que me atrapaban, mi resistencia no servía, nadie me ayudaba, los insectos se metían entre mis nalgas, mi entrepierna, me escalaban, se metían en mis orejas, nariz. No tendría que haberme hecho esa boca. Me tumbaron en toda esa inmunda suciedad que poco a poco se iba posando más sobre mi hasta crear un asqueroso manto de descomposición. Tomé un último respiro profundo antes de morir devorada viva por los seres que habitaban esa mugre.
El cuervo volvió a tomar el vuelo, y tras de sí la nube le seguía por los cielos.
Se acercaba un cuervo a lo lejos volando cándido por el cielo nublado, azul, gris y amoratado.
Bajó velozmente por un amplio camino que nos separaba de los árboles y se postró ante nosotros, inocentemente, mirando como nos cogíamos a la valla metálica.
«Aguanta aguanta aguanta, pronto se irá».
No podía más, cada vez se quedaba más tiempo y me estaba ahogando. Tomé involuntariamente una bocanada de aire. El cuervo, agitado, me miró con los ojos encarnados de un rojo brillante escarlata. Estaba rabioso y empezó a arañarme la cara, las mejillas y las manos mientras graznaba estrepitosamente. Se levantó un fuerte viento cerniéndose sobre nosotros una nube negra huracanada, dispuesta a lanzarnos y clavarnos contra las astillas. No podía soltarme, el sudor y la sangre no podían causar mi desfallecimiento, pero a cada respiración forzada que tomaba para poder agarrarme el vendaval era más fuerte. Me miró.
«¿Una nube puede mirar?».
Me desprendí de la verja con toda la ropa rasgada y con el cuervo clavándome las garras en los pies.
Desperté.
«Uff.. Ha sido un sueño..».
Se hizo una pausa en mi mente. Todo estaba en silencio, y la certidumbre de que estaba sola me llenaba de sosiego. Sonreí y traté de volver al descanso de mi desalumbrada habitación.
...
No ha sido un sueño.
Dijo una voz hostil y gutural.
Abrí los ojos y vi una cara huesuda frente a la mía, con los pómulos marcados y unos ojos afilados negros y sin pupilas. Me miraba fijamente con una sonrisa de seis dientes largos hasta la barbilla, con un aspecto decrépito y putrefacto henchido de maldad. Me agarró fuertemente con sus largos y delgados brazos clavando sus dedos engarfiados en mis hombros, empujándome hacia su inexistente cuerpo, fagocitándome directamente por su estómago. Después, se engulló a sí mismo retorciéndose en espiral mientras reía despiadadamente, desapareciendo de igual manera a como me tragó.
«No veo nada. Todo está cubierto por una oscuridad imperturbable. No entiendo nada. ¿Qué es esto? ¿Cómo había conocido mis pensamientos? Seguro que se trata de una mala pesadilla, he de mantener la calma».
Hasta que al caer dentro de toda esta densa niebla que me envolvía, empecé a sentir un fango viscoso que se me pegaba a la piel. Estaba en un tórrido lugar lleno de descomposición, gusanos y un olor nauseabundo a muerte. El ser que me engulló, me observaba desde lo alto de una pila de cadáveres, estacas, clavos y cucarachas, con la misma sonrisa sádica y amarillenta acompañado esta vez de un cuervo y otras criaturas deformes negras con aspecto volátil y caras arrugadas.
Estaba completamente desnuda, mis manos y pies eran como cucharas, mis dedos se habían unido formando una masa de carne homogénea y fusiforme. Mi boca estaba sellada, no podía gritar. Sabía que tenía boca, pero era como tener una máscara de piel uniforme que no distinguía entre labios y mejillas, todo era liso debajo mi nariz. Lloraba y gritaba en un angustioso silencio, mis cuerdas vocales no funcionaban. No podía moverme, por mucho que corría no avanzaba. Estaba repleta de suciedad y heces.
«No puedo quedarme aquí».
Observé mi alrededor y vi un clavo que tenía cerca, lo limpié con el pelo, y sin pensármelo dos veces me lo clavé en la boca. Me retorcía de dolor, pero seguí clavándomelo entre lágrimas hasta conseguir separar la gruesa piel que unía mis indistinguibles labios. Ahora, aunque parecía una cara mordida llena de sangre y llagas y con los labios haciendo la forma de unas cortinas rasgadas por un gato, podía usar los dientes. Lo que parecía el cielo se empezó a tornar amarillento con tonos anaranjados, se oían gritos y los podía escuchar. Me estaban llamando, pero no podía escapar. Quería gritar, pero incluso el solo poder mover la boca las moscas se metían en mi orificio facial que se infectaba por momentos. Estaba desesperada.
El cuervo se me acercó, y del fango brotaron unas huesudas manos que me atrapaban, mi resistencia no servía, nadie me ayudaba, los insectos se metían entre mis nalgas, mi entrepierna, me escalaban, se metían en mis orejas, nariz. No tendría que haberme hecho esa boca. Me tumbaron en toda esa inmunda suciedad que poco a poco se iba posando más sobre mi hasta crear un asqueroso manto de descomposición. Tomé un último respiro profundo antes de morir devorada viva por los seres que habitaban esa mugre.
El cuervo volvió a tomar el vuelo, y tras de sí la nube le seguía por los cielos.
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